Por Rafael Simón Hernández
Muy recientemente, el Comité Olímpico Internacional (COI) ha optado por Rio de Janeiro / Brasil para que sea ésta la Sede de los Juegos Olímpicos para el año 2016, por cierto, en una reñida lucha con ciudades como Chicago, Tokio y Madrid.
Los Juegos Olímpicos actuales, se inspiraron en juegos organizados en la antigua Grecia, en la ciudad de Olimpia, entre los años 776 A.C al 393 D.C., y no fue sino hasta el siglo XIX que surgiera la idea de realizar eventos similares a los organizados en la Antigüedad, iniciativa ésta que pudo concretarse gracias a las gestiones del francés Pierre Fredy, Barón de Coubertin, siendo la primera edición de los Juegos Olímpicos Modernos realizados, precisamente, en Atenas.
Desde entonces, los Juegos Olímpicos (de Verano) han venido realizándose cada cuatro años en diversas partes del planeta, siendo las únicas excepciones para su realización las ediciones de 1916, 1940 y 1944 debido a las Guerras Mundiales experimentadas en esos años.
Ahora bien, en esta etapa de modernidad -y sobre todo para las más recientes-, los Juegos Olímpicos se han constituido (así como los Mundiales de Fútbol) en una ocasión especial a través de los cuales los Estados pueden generar grandísimos empujes de su aparato económico por toda la movilización, planificación, construcciones y mejoras que requieren los lugares sedes para la realización de tales eventos.
En ese sentido, si bien existe un interés enteramente sano por ver competir a los más destacados atletas en una variedad de disciplinas y conocer quién (es) se adjudican la medalla dorada que les coloque en lo más alto del deporte, existe un enorme interés, varios años antes de dichas competencias, en poder atraer capitales de inversión, en cuantiosos volúmenes, para acometer todas las obras que exigen este tipo de competiciones.
Ejemplo de ello, la propia ciudad de Río de Janeiro, quien acogió los pasados Juegos Panamericanos en el año 2007 y será también la sede principal de la Copa del Mundo de Fútbol en 2014.
Para la delegación de Brasil ante el COI, ese fue uno de los grandes argumentos para garantizar una buena organización en 2016. En palabras del Presidente de Brasil, Lula Da Silva, “Las obras realizadas para el Mundial son una garantía para los Olímpicos”, quien, aprovechando los buenos vientos económicos de su país, anunció una megainversión de US$11.000 millones en infraestructura, para que la ciudad cumpla con las máximas exigencias del COI.
Tobias Kirkendorf, del Instituto para la Investigación del Desarrollo y la Política del Desarrollo (IEE) de la Universidad de la Cuenca del Ruhr en Bochum, comentaba en un estudio sobre “Los efectos de mega eventos en economías emergentes”, que un evento de las dimensiones de unos Juegos Olímpicos eleva las entradas per cápita a largo plazo, como lo fue en el caso de los Juegos de Beijing (en 2008), pues el mero compromiso de realizar grandes eventos internacionales convierte al país anfitrión en una atracción para inversiones millonarias desde el exterior, siendo evidentes las ganancias que éste experimentan por ejemplo, en mejoras en la infraestructura –si bien antes era deficiente, cuando no inexistente-, disfrutando -en ese sentido- de bienestar y modernización y logrando avances hacia estándares de vida de las naciones más desarrolladas.
Haciendo una remembranza con los Juegos Olímpicos de Beijing, desde el día en que el COI concediera a China la sede de los Juegos Olímpicos en 2008, se recibieron más de 25 mil millones de dólares en inversiones, una suma récord en la historia para la realización del mayor evento deportivo mundial.
Es evidente que para una economía como la española, ni hablar para la norteamericana, haber ganado la Sede de estos Juegos del 2016 habría significado enormes movilizaciones de mano de obra y capital, que permitirían reactivar enérgicamente el mercado laboral de estos países, que ha experimentado números nada agradables en cuanto a cifras de desempleo a raíz de la crisis económico-financiera de finales de 2007; recordando además que para casi todos los países del mundo, la industria de la construcción suele ocupar los primeros lugares en cuanto a sectores de importancia en la generación de empleos y generación de riquezas (Producto Interno Bruto).
Desde el punto de vista de la economía, un evento de estas características debe suponer la realización de un completo análisis de “coste-beneficio”, de dimensiones enormes, tomando en cuenta todos los sectores involucrados, el plano temporal en el que tendrán lugar los efectos pre y post del evento y el enorme número de actores para los que habrá efectos con este tipo de eventos. No es posible referirse únicamente a los costes e ingresos monetarios directos; pues habría que calcular aún con más detenimiento todos los efectos “externos” que afectan a los grupos de interés.
Unos Juegos Olímpicos, supone generar repercusiones y efectos de carácter macroeconómicos considerables.
Los Juegos Olímpicos actuales, se inspiraron en juegos organizados en la antigua Grecia, en la ciudad de Olimpia, entre los años 776 A.C al 393 D.C., y no fue sino hasta el siglo XIX que surgiera la idea de realizar eventos similares a los organizados en la Antigüedad, iniciativa ésta que pudo concretarse gracias a las gestiones del francés Pierre Fredy, Barón de Coubertin, siendo la primera edición de los Juegos Olímpicos Modernos realizados, precisamente, en Atenas.
Desde entonces, los Juegos Olímpicos (de Verano) han venido realizándose cada cuatro años en diversas partes del planeta, siendo las únicas excepciones para su realización las ediciones de 1916, 1940 y 1944 debido a las Guerras Mundiales experimentadas en esos años.
Ahora bien, en esta etapa de modernidad -y sobre todo para las más recientes-, los Juegos Olímpicos se han constituido (así como los Mundiales de Fútbol) en una ocasión especial a través de los cuales los Estados pueden generar grandísimos empujes de su aparato económico por toda la movilización, planificación, construcciones y mejoras que requieren los lugares sedes para la realización de tales eventos.
En ese sentido, si bien existe un interés enteramente sano por ver competir a los más destacados atletas en una variedad de disciplinas y conocer quién (es) se adjudican la medalla dorada que les coloque en lo más alto del deporte, existe un enorme interés, varios años antes de dichas competencias, en poder atraer capitales de inversión, en cuantiosos volúmenes, para acometer todas las obras que exigen este tipo de competiciones.
Ejemplo de ello, la propia ciudad de Río de Janeiro, quien acogió los pasados Juegos Panamericanos en el año 2007 y será también la sede principal de la Copa del Mundo de Fútbol en 2014.
Para la delegación de Brasil ante el COI, ese fue uno de los grandes argumentos para garantizar una buena organización en 2016. En palabras del Presidente de Brasil, Lula Da Silva, “Las obras realizadas para el Mundial son una garantía para los Olímpicos”, quien, aprovechando los buenos vientos económicos de su país, anunció una megainversión de US$11.000 millones en infraestructura, para que la ciudad cumpla con las máximas exigencias del COI.
Tobias Kirkendorf, del Instituto para la Investigación del Desarrollo y la Política del Desarrollo (IEE) de la Universidad de la Cuenca del Ruhr en Bochum, comentaba en un estudio sobre “Los efectos de mega eventos en economías emergentes”, que un evento de las dimensiones de unos Juegos Olímpicos eleva las entradas per cápita a largo plazo, como lo fue en el caso de los Juegos de Beijing (en 2008), pues el mero compromiso de realizar grandes eventos internacionales convierte al país anfitrión en una atracción para inversiones millonarias desde el exterior, siendo evidentes las ganancias que éste experimentan por ejemplo, en mejoras en la infraestructura –si bien antes era deficiente, cuando no inexistente-, disfrutando -en ese sentido- de bienestar y modernización y logrando avances hacia estándares de vida de las naciones más desarrolladas.
Haciendo una remembranza con los Juegos Olímpicos de Beijing, desde el día en que el COI concediera a China la sede de los Juegos Olímpicos en 2008, se recibieron más de 25 mil millones de dólares en inversiones, una suma récord en la historia para la realización del mayor evento deportivo mundial.
Es evidente que para una economía como la española, ni hablar para la norteamericana, haber ganado la Sede de estos Juegos del 2016 habría significado enormes movilizaciones de mano de obra y capital, que permitirían reactivar enérgicamente el mercado laboral de estos países, que ha experimentado números nada agradables en cuanto a cifras de desempleo a raíz de la crisis económico-financiera de finales de 2007; recordando además que para casi todos los países del mundo, la industria de la construcción suele ocupar los primeros lugares en cuanto a sectores de importancia en la generación de empleos y generación de riquezas (Producto Interno Bruto).
Desde el punto de vista de la economía, un evento de estas características debe suponer la realización de un completo análisis de “coste-beneficio”, de dimensiones enormes, tomando en cuenta todos los sectores involucrados, el plano temporal en el que tendrán lugar los efectos pre y post del evento y el enorme número de actores para los que habrá efectos con este tipo de eventos. No es posible referirse únicamente a los costes e ingresos monetarios directos; pues habría que calcular aún con más detenimiento todos los efectos “externos” que afectan a los grupos de interés.
Unos Juegos Olímpicos, supone generar repercusiones y efectos de carácter macroeconómicos considerables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario