Por Rafael Simón Hernández
El artículo anterior hacía mención a la nueva lucha contra el dólar que está siendo promocionada por una serie de países, entre ellos el BRIC y unos cuantos mas, azuzada (esta lucha) en los últimos meses por las distorsiones y perdidas que han generado la crisis económico-financiera que nos arropa desde los inicios de 2008; para la cual -por cierto- no se vislumbra, hasta ahora, una salida clara y coordinada internacionalmente.
Sin embargo, creo que es importante, tratar de reflexionar sobre las opciones que seguirán estos países que fomentan esta nueva lucha contra el dólar, vistas las implicaciones económicas y políticas que pudieran tener “ideas” como las de suprimir esta moneda (USD) como referente de intercambio en las transacciones comerciales internacionales.
Uno de los rasgos que mejor ha caracterizado a la economía mundial desde mediados y hacia finales del siglo XX -y pienso será la tendencia a lo largo del siglo XXI- es la proliferación de procesos de “integración regional”, es decir, la conformación de grupos de países que negocian para eliminar entre sí las trabas a sus relaciones económicas, y en el mayor de sus “estadios” trabajan para conseguir integración en otros espacios que incluyen el ámbito social, político y cultural.
La Unión Europea es, sin duda, el ejemplo de mejor acabado en este tipo de Acuerdos. En este caso, con un origen eminentemente político, la integración europea ha avanzado de la mano de las cuestiones económicas hasta culminar -hace ya una década- en la integración monetaria, y que hoy ha generado una ampliación de su espacio geopolítico, económico y territorial hacia los países del Este.
En los últimos años, el pensamiento económico ha estado rehabilitando la teoría de las áreas monetarias óptimas, hasta el punto que Paul Krugman ha afirmado que este tema está destinado a ser “la pieza central de la economía monetaria internacional”.
Un área monetaria óptima puede definirse, como un grupo de países o de regiones, cuyas economías “están” estrechamente vinculadas, siendo evidente esto por sus interrelaciones comerciales y por la movilidad de sus factores de producción, especialmente mano de obra y capital. Aquellos países o regiones que mejor se ajusten a este criterio, pueden obtener grandes beneficios al promover una integración monetaria.
Es decir, la teoría de las áreas monetarias óptimas establece que, un conjunto de países pueden unir, o mejor dicho, “atar” sus monedas, mediante tipos de cambio fijos o llegar incluso a sustituirlas por una moneda común, esto -claro está- en la medida que los beneficios de dicho régimen supere sus costos, constituyendo el eje teórico básico para el estudio de la integración monetaria.
Acuerdos de esta naturaleza, exigen cumplir con una serie de hipótesis, que resultan “necesarios” para permitir la viabilidad y éxito de tal iniciativa (las hipótesis dependerán de si el área que fomente este Acuerdo enfrenta o no choque asimétricos entre sus Miembros, etc.). Lo que está claro es que, acuerdos de este tipo requieren de fuertes compromisos económicos y fundamentalmente políticos entre sus apóstoles, debiendo estructurar un conjunto de políticas a ser adoptadas, fomentar instituciones que velen por ellas y su correcto funcionamiento, y mantener y respetar el Acuerdo a través del tiempo.
Parece una tarea ardua lo que queda por delante, sin embargo, para continuar comprendiendo sobre el fenómeno acercare luego algunos comentarios sobre los determinantes para un área monetaria óptima, sus beneficios y costos y sus efectos de carácter político.
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